miércoles, 23 de marzo de 2011

CUARESMA EN SEVILLA

Quiero hijo mío, decirte hoy
cómo Dios en Sevilla es.
Dios es Jesús, Hijo y Padre
y hay que tratarlo con fe.
Es tristeza y es consuelo.
Es el lirio y el clavel.
Es el dolor y la alegría.
Es fuente que alivia la sed.
Es el sol que nos alumbra.
Es aurora al amanecer.
Es un barrio que camina
tras las huellas de sus pies,
cruzando toda Sevilla
y toda Sevilla tras Él.

Querubines que de blanco
todo candor y encanto
van con palmas y velitas
acompañan la Borriquita
haciendo en Sevilla entrada
costero a costero en Campana.
Y es Jesús Sacramentado
por Sol, el Domingo de Ramos,
que la fiesta del cordero
se celebra en los Terceros.
Y el Huerto de los Olivos,
aquél que en Feria se asienta,
llena la tarde de brillo,
de tambores y cornetas,
esperando al cortejo
que por Orfila se acerca.
Vienen a prenderle, Judas
por Santiago le besa.
Preso y maniatado es Jesús.
Pedro, con ellos se enfrenta.
Jesús, le para al instante,
que ha de cumplirse la ofrenda.
Cautivo y Abandonado
en el Tiro le contemplan.
Y antes que el gallo cante
será negado por Feria.
En San Lorenzo, ante Anás,
truena una mano en ofensa,
y allá en San Juan de la Palma
Herodes lo desprecia,
que quiere que sea por TRiana
donde Caifás le dé condena.
Pero es en la Calzada,
después que azotado fuera
a orillas del Guadalquivir,
cuando Pilatos lo presenta.
En Resolana hay lectura
de una injusta sentencia.
Y en águila le coronan,
espinas, golpes le asestan,
por manto clámide roja,
sufre escarnio y mofas aviesas.
Y es entre verdes naranjos,
cuando el azahar despierta
presagio de su victoria
de albo color pureza,
donde sayones le cargan
tristezas de pena eterna.
Y Jesús la cruz abraza,
de aquella forma incierta,
con un rubor de silencio,
con un mimo que atormenta,
que en la oscuridad de la noche
por compañera la acepta.
En San Lorenzo, no hay clamor,
sólo lucen las estrellas,
sólo el silencio en la plaza,
larga se hace la espera.
La brisa se arremolina.
La noche se hace misterio.
La flor sueña en primavera.
La calle se abre a los cielos.
La plaza entera se entrega.
¡Por Dios!, ¡por Dios!, ¡hijo mío!
¡Qué larga se hace la espera!
Que es el mismo Dios, aquel
que no conoce fronteras,
quien baja todos los años
hasta Sevilla... y pasea.

Y aunque sea Poderoso
las fuerzas le flaquean,
que dicen que fue por San Roque
donde la cruz le aligeran,
cuando aquél hombre bueno,
antes que a las mujeres viera,
cargó con dolor y pena
el travesaño de muerte
de aquella injusta condena.
Tres veces fueron sus caídas,
por San Vicente la primera,
en la Costanilla o en Triana
dicen que fue la tercera.
Y al llegar a la laguna,
el monte de la calavera,
despojado de la ropa
le lloró Sevilla entera.
Así, desnudo y llorando,
sentado en divina peña,
va pidiendo a Dios Padre
que pase este río de Penas.
Y en San Pablo le crucifican,
en un Viernes de trsiteza,
entre aquellos dos ladrones
mientras Magdalena reza.
Sevilla se hace consuelo
y para su agonía presta
Amor la noche y el naranjo
que en el Museo se hacen poetas.
Y por San Martín, Longino,
le da lanzada certera
que su Sagrado costado
con saña y dolor atraviesa.

Y un ángel mandó Dios Padre
a buscar agua a la tierra,
y buscó en manantiales
hallando las fontanas secas.
Y buscó en el río grande
que baña la ciudad bella.
Y buscó entre las nubes
de la dulce primavera.
Y buscó en altas montañas
otrora de nieve llenas.
Y buscó en los palacios
de opulentas y ricas cenas.
Y buscó en los infiernos
que apagar el fuego pudiera.
Y buscó en casa pobre
no encontrándola en ella.
Y buscó dentro del alma
hallando falsas promesas.
Y sólo pudo encontrarla
en aquella herida abierta
de mi Cristo de las Aguas
que tanto amor despierta.

Cuando viene Cristo muerto,
viene con paso de seda,
lo traen de lirio y mimo
y al entrar en el Arenal
por el Arco del Postigo,
una Madre Carretera
que viene llorando a grito,
busca sábana y escalera
por Caridad en el Baratillo,
y vuelve acunarlo Piedad,
entre sus brazos de madre,
cantando nanas de penas,
con una locura que espanta,
que se fue la primavera
entre sus manos blancas.
Esencia que al aire vuela,
llevando al cielo la gracia,
de esas manos que consuelan,
que son palomas al alba.

Las espadañas funestas,
repiten con negros sones,
entre torres y azoteas,
que un cortejo de muerte
en San Andrés hace espera.
Es un teorema silente,
que en la tarde se hace pena,
acompañando a una madre,
Bendita flor de azucena,
que transida de tormento
padece amarga pena.

Qué sola te has "quedao",
qué dolor más grande llevas.
Tú, que eres luz que ilumina.
Tú, que eres lunita nueva.
Tú, que eres gracia divina.
Tú, que eres madrecita buena.
¡Dime, "Soleá"!
¡Dónde guardas Tú las penas!

Si la noche se hizo oscura
luz de vida la serena
allá por Santa Marina
al alba de blancas sendas,
con silentes nazarenos,
como rosarios de promesas,
que cruzan la madrugada
anunciando a las tinieblas
que Cristo resucitado
el que a la muerte venciera
va repartiendo la gloria
que a todos nos prometiera.

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