domingo, 22 de septiembre de 2013

Caminante no hay camino, se hace camino al andar

Hace dos años, en la tarde de aquel día 14 de septiembre de 2011 para ser exactos, me encontraba haciendo detalladamente lo mismo que hago ahora. Me senté frente a mi ordenador y eché un vistazo atrás, oteé el paisaje que dejaba a mis espaldas y admiraba la belleza del camino que me quedaba por delante: Bachillerato. Hoy, de igual forma, sentada en este mismo butacón que dos años atrás me viera cargada de incertidumbre y expectativas de futuro, vuelvo a girar mi cabeza y descubro cuán maravillosa vida dejo atrás, a la vez que me sorprendo al mirar al frente y entender que más maravillosa será la que venga a partir de mañana: Universidad. Facultad. 
No puedo negar que no tenga miedo porque caería en la mentira y eso es algo de lo que desde pequeña me han prevenido e intentado alejar. Pero mi miedo se convierte en puras ganas de vivir estudiando lo que más me gusta, saber que he llegado a alcanzar lo que tanto ansiaba desde edad muy temprana, verme proyectándome como una filóloga que entrega su vida por la literatura que nos rodea y que tiene su base en la Antigüedad grecorromana. 
Un camino que me abre las puertas invitándome a sumergirme en el paraíso del logos y el conocimiento. Un camino que hace dos años sabría que llegaría, pero que se ha afianzado a medida que esta caminante ha ido andando por la bella senda del estudiante. Es así. Sabía que algún día entraría en el mundo de la filología, exactamente en el de la hispánica. Pero como dijera el poeta, caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y es que ha sido andando por bachillerato como me he encontrado con mi verdadero ser, la cultura grecorromana, su literatura, sus lenguas. No hay lenguas muertas, sino cerebros aletargados. No hay un camino definido, sino el que se hace al andar. 
Ha sido la constancia y mis ganas de aprender las que me han hecho estar hoy aquí, pero también debo agradecer a todas las personas que han estado toda mi vida a mi lado. A mi familia, por hacerme elegir el camino correcto. A mis profesores de Santa Isabel y de San Isidoro, por confiar siempre en mí. A mis amigos, por apoyarme en mis proyectos. A mis compañeros de clase en bachillerato, hoy grandes amigos, con los que he vivido aventuras sin fin en los pasillos del instituto, saboreando la libertad de ser bachiller y la "divina opresión" de ser aún menor de edad.


                                       



Gracias a mi cole, a mi instituto, por haberme forjado moral e intelectualmente.