domingo, 20 de mayo de 2012

La leyenda de Hernán Román Cortázar

Sepan ustedes que mis palabras puras y limpias son, sin ánimo de ofender a alguien, en la medida de lo posible salidas de mi alma para contentar y satisfacer a vuestra merced. Así es como yo, viejo enamorado y sirviente de la literatura contemporánea castellana, me presente antes vos, antes de narraros esta historia que llegó a mis manos en un manuscrito, el cual dice así:

<<Me presento ante usted como Hernán Román Cortázar, natural de Tomares, hijo de Manuel Román y Carmen Cortázar. Nací en paupérrimas condiciones, tales en las que me crié y crecí. Mi infancia fue dura y, deseando no vivir de aquella forma toda mi vida, vine a buscar suerte a la capital sevillana. Aquí se encontraba mi querida hermana como novicia del Convento de Santa Inés, y, aunque no la viera a diario, el simple conocimiento de que ella se encontrara en la misma ciudad me hacía sentirme cerca de casa. Me alojé en un pequeño ático en ruinas, aunque sus vistas eran espléndidas, pues parecía que pudiera tocar la Giralda desde una pequeña ventana. Mi estancia en Sevilla se mal costeaba gracias a aquel avaro ollero, con casa en el judío barrio de Santa Cruz, que ofrecióme trabajo como su aprendiz. Gracias a que Dios quiso que me encontrara un día vagando por la ciudad, y temblando debido a la edad que tenía entonces, me dijo de buenas maneras que mi aspecto era sucio, desaliñado, y mi esqueleto se podía apreciar a largas distancias; pero le gusté, aún no me lo explico. Hoy le debo mucho, fue un gran maestro, y a su vez la persona que abrióme las puertas a Sevilla.
>>Los días iban pasando, y yo estaba cada vez más enamorado de esta ciudad. Mi maestro Gonzalo, que así se llamó en vida el viejo ollero, me llevaba, con torpes andares y apoyado en un pequeño palo de madera, a descubrir los rinconcitos de la maravillosa ciudad. Desde el bario de Santa Cruz hasta la Cava trianera. Me sentía afortunado de vivir, y sobre todo de hacerlo aquí. El viejo Gonzalo decíame al entrar en aquella Cava gitana: "recuerda, mozo, que lo que veas y oigas aquí no podrás disfrutarlo en ningún otro sitio, y tu corazón lo guardará para siempre". ¡Qué razón tenía!
>>Mi hermana me mantenía informado sobre todas las leyendas que llegaban a sus oídos de aquel antiguo convento, como la historia de su fundación por la recordada señora doña María Coronel. Yo, joven como era, superábame la incredulidad y aquellas leyendas se me quedaban en eso, en leyendas. Más tarde comprendí que acontecimientos de ese estilo solo pasan en Sevilla...
>>No llevaba un año viviendo en la ciudad cuando un domingo a mediodía llegó mi casero, ansioso, pidiéndome el pago del alquiler. Encontrábame yo con cara de recién despertado de un sueño placentero, aprovechando el día de fiesta que nos regaló el Señor, cuando a prisa y corriendo le pagué para seguir la cita con mi almohadón, pero el estado del casero llamó mi atención. Lo encontraba nervioso, con las pupilas dilatadas. Parecíame que el miedo ocupaba su alma aquella esplendorosa mañana. Le pregunté y sus palabras cayeron en mí como una pesada loza. Me explicó que todos los días 19 de marzo, a la hora en que el sol se esconde por el horizonte lejano, el mal caía sobre aquel edificio, y al día siguiente aparecía muerto uno de sus habitantes. Pensé que aquello sólo era una leyenda más, como aquellas que contábame mi hermana. Aunque el casero parecía realmente aterrado, y si decía que había muertos algo de razón llevaría. Y tanta razón llevaba, que todos los 20 de marzo que he vivido en esta casa, un muerto amanecía bajo nuestro techo. Yo, ante esta masacre anual, no me quedé parado y me dediqué a investigar. Pero, ¿qué iba a investigar? ¿Una muerte natural? Mi paciencia estaba llegando al límite. Pero un año, el año que le tocó al casero seguir el camino de Dios y subir a Su Reino, éste dejó un escrito la misma noche del 19 de marzo, en la que confesaba que sabía la verdad desde el principio: hacía años vivió allí un joven amante de la mujer de un hombre de aquel barrio, que en extrañas circunstancias desapareció la noche del 19 de marzo, y desde entonces, todos los años, la muerte visita este caserón y se lleva con ella alguna persona alojada en él. La causa que describía el casero era que el fantasma de aquel amante se presentaba señalando dónde se encontraba su cuerpo enterrado para que lo sacaran, y así su alma pudiera descansar en paz con Dios. El casero, extrañamente, conocía el lugar donde se hallaba el cuerpo de este joven, dejándolo señalado en aquella carta, la última escrita por su puño y letra. Aquel año me adelanté a los alguaciles y robé el sobre que dejara el casero sobre su escritorio, guardando silencio sobre su existencia.
>>Esta noche, 19 de marzo de 1687, quisiera decir adiós. Sí, soy consciente de que esta noche moriré. Todos los vecinos que se alojaban aquí desde que yo llegara, hace bastantes años ya, han ido dejando este mundo, sólo quedo yo. Mi conciencia está tranquila, por esto pido a los alguaciles que busquen en la capillita de Santa Lucía, en la Iglesia de Santa Ana, una vez hayan leído estas palabras. Allí se encuentra el cuerpo de este joven.>>

Una vez concluida la historia de Hernán Román Cortázar, mi persona pocas palabras puede decir. Sólo puedo explicar que este manuscrito, junto a la carta que el casero dejara la noche que murió y con tanto recelo guardó Hernán, llegó a mí de una extraña manera. Yo, en el mejor momento de mi vida, económica y literariamente hablando, mandé construir una casa ejemplar en un solar cercano al barrio de Santa Cruz, y entre los restos de la antigua casa que habitara aquel solar encontré el sobre con las cartas de Hernán y su casero. Creo que no fueron leídas por los alguaciles, pues la misma semana que murió Hernán fue destruido aquel caserón que tantas muertes causara, y en Sevilla no se ha sabido nada de ningún cuerpo encontrado en la Iglesia de Santa Ana, exactamente en la capilla de Santa Lucía. Hoy es 19 de marzo, mi primer mes de marzo en mi nueva casa. Se me antoja preguntarme qué ocurrirá esta noche, ¿seré yo el próximo?

Antonio Castillo López, dramaturgo y literario castellano.